El miedo es neurótico, el pavor es psicótico. El miedo se sitúa en el terreno de lo racionalmente comprensible; el pavor se extiende más allá hasta lo intelectualmente inalcanzable. (...) Impotentes ante este pavor aniquilador, recurrimos a los fármacos, especialmente a los antipsicóticos de los cuales el Prozac es el más conocido actualmente (...) Pero contra lo que el pavor no funciona, lo que es una tontería como respuesta a esa nada, a ese profundo vacío interior, son las palabras. (...) son las palabras con su insignificancia cacofónica repentina, las palabras con la misma multiplicidad de las voces que atormentan la mente, las voces que no se callan jamás, las que caracterizan claramente todas las formas de locura. El hecho de que esas palabras no sean más que sentido, el hecho de que no sean más que sonidos que nos atormentan hacen que la condición de pavor sea aún más imposible de soportar. Lo cual nos lleva a Ludwig Wittgenstein, el filósofo austríaco que leeremos después