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Mementos resígnicos — Paratexto




Las partes del libro, intimamente ligadas al paratexto





El paratexto es otra de las patrañas del análisis del discurso, que sirven. Es el texto falso, el de fuera, el que está alrededor. 
Tapas, contratapas, solapas, índices (de nombres, temático), portada, contraportada, títulos, subtítulos, colofón, notas, título de capítulo, epígrafes, apéndices, glosario, y hasta números, cursivas, negritas, comillas, citas de texto, latinismos, cultismos, tecnicismos, imagen, son un ejemplo de varios más.

Según la Wikipedia, en su artículo casi recomendable, paratexto son todos aquellos enunciados que rodean el texto. Otra definición sería: aquellas partes que sin dejar de ser el libro, ese artefacto, no son la obra del autor. Aunque aún así la definición no llega a la delimitación.

Los paratextos se dividen en dos: peritextos (paratexto de autor, el que pone el autor; inseparables del texto: títulos, epígrafes) y epitextos (paratexto que pone la casa editorial: publicidades, catálogos de otras obras publicadas por la misma editorial).
Cuaderno San Martín de Borges es un ejemplo de peritexto que se fusiona con el epitexto, pero retroactivamente: Borges cuenta que puso este nombre a este poemario porque había ido recogiendo sus poemas en un cuaderno de esa marca (San Martín). Están los peritextos de los títulos o créditos en cine, algunos muy notorios, por ejemplo Woody Allen escoge una tipografía igual en casi todas sus películas (acompañadas de jazz) Igual pasa con Tarantino. 
De qué modo el paratexto entra en el texto se deduce de que este sale de aquél. Barthes con su análisis de lexías, Chomsky con su generativismo y Borges con su lenguaje como sistema de citas ayudan a elucidar esto a tal punto que todo es una especie de dedicatoria u homenaje inconsciente.
Así la dedicatoria es un énfasis que por ello es burda habiendo sabido que todo es dedicatoria. Por ejemplo el epígrafe, que tiende a la poesía y a los espacios en blanco que reclamaba Eluard, es una especie de estupidización selecta.

Ahora, un paratexto puede ser una imagen, un cuadro, por ejemplo. En Sacrificio de Tarkovski Adoración de los Magos de Leonardo Da Vinci constituye una suerte de tapa-portada-epígrafe porque entra de arranque cubriendo todo el encuadre del film, dando un efecto de libro a la película —ya de por sí libresca— y luego el film está lleno de epígrafes (que es un mal del intelectual), una ristra de salpicaduras inconcordes. Así, Alexander, el héroe, tortura al hombrecito (un niño mudo y también su hijo) con frases pedorras y él mismo se vuelve el Hamlet del que habla: una charlatán harto de charlatanes. Sin ir más lejos se puede decir que pese a la definición primera, este ejemplo de Tarkovski da la razón a semióticos y lingüistas que suponen que el lenguaje crea los demás signos porque la pintura está basada, en parte, a su vez en libros.
Ejemplos de epígrafes transvaluativos —aunque todo epígrafe quiere tender a inducir la transvaluación emocional— son por ejemplo el de El placer del texto de Roland Barthes: "La pasión de mi vida ha sido el miedo", que pertenece a Thomas Hobbes. Otro sería, más una dedicatoria per se, "Dedico este libro al cáncer de cuello". 
Los pasos perdidos del florista Alejo Carpentier tiene un epígrafe por capítulo. 
En el caso de la cita, como un paratexto muy metido en el texto, irradia desde el medio hacia todos lados, y a veces incluso el enunciador logra o cree que logra decir por fin lo que, sin ella, mejor no podía.
Hay gente que pone en sus libros epígrafes-citas que luego pone en Twitter. Retuitear es hacer un epígrafe peritextual epitextual.
Cuando se retuitea, la frase reaparece en el imaginario de la persona como un cartel también imaginario que dice "adorad al dios Titi", u otra cosa parecida.
Un epígrafe de los pocos buenos de Unamuno es este: "Lo que tienen en particular las ciencias humanas es que son las menos humanas de las ciencias. No es juego de palabras. No hago eso. El que inventó el juego de palabras tampoco hacía eso."
En la película El juego un personaje hace una cita-epígrafe de Lucas: "Porque estaba ciego y ahora puedo ver", para luego pararse con estilo de la silla donde estaba sentado y dejar a su interlocutor emocionado por confundido. Alejandro Dolina tiene un breve texto "teatral" en que trabaja el paratexto a través de la didascalia teatral abusando a tal punto de esta que el texto como tal está lleno de indicaciones del dramaturgo y casi ningún diálogo; el texto mismo se llama, si no erramos, "Didascalia", posiblemente en El libro del fantasma
La cita o epígrafe, entonces, produce un efecto falaz ya estudiado en la lógica informal y que se puede reducir al argumento de autoridad y, en neuropsicología, un argumento de autoridad que constituye una cita toma un cariz más caprichoso: porque da placer es autoridad. ¿Cómo funciona el placer? Básicamente es un cometido sin importar qué se haga. Un ejemplo de Angus Gellatly es el del deportista que ganando reafirma así sus posibilidades de volver a ganar, estrechando el margen de error, medible, sin consignar otras variables, en un porcentaje. Esto se relaciona a su vez con el "Experimento Gary Payton" (lo llamaremos así, aunque es demasiado probable que ya exista alguno semejante): imaginemos al basquetbolista de la NBA, buen encestador, haciendo tiros libres al aro; cuantos más tire más probable es que fallará, cuantos más tire la cantidad de fallos crecerá. En un sistema cerrado, como la vida, el consecutivismo de fallos provoca un efecto de falla en cadena.

Volviendo al tema, si como dice la Wikipedia, el paratexto mueve a hacer hipótesis del contenido de lo que se leerá, o como otros dicen, genera "expectativas de lectura", esto quiere decir que el libro es esencialmente una reordenación de lo que ya sabemos y gracias al bienestar que nos produce creemos que no sabemos. Donde no sabemos aparece el dios Titi.

El discurso indirecto (Pepe dijo que...) y el discurso directo [lo que dijo Pepe como él lo dijo],  son una forma clásica y elemental de separar un discurso de otro referido (es decir: alguien dice que alguien dijo), una forma de perfilar una cita o bien una proposición subordinada, encierra el problema mismo del paratexto: nadie dice que nadie ya dijo algo en un paratexto, y menos aún en un texto.

Otro elemento del paratexto es el prólogo (y por ende el epílogo, la introducción, el estudio preliminar, la infructuosa y vergonzosa fe de erratas, etc.); con el prólogo pasa como con la dedicatoria: el prólogo ideal se supone que no sería ni siquiera un texto que ni se refiere al texto que antecede, tal y como si le hiciera un desplante diciendo nada del libro prologado, sino acaso la justicia que hacen los lectores del tiempo a un texto. Y ni siquiera.
Uno de los temas de la novela El entenado de Saer es el del prólogo, más de una vez se unifica esta cuestión con diversas circunstancias y secuencias narrativas o episodios de la historia narrada. En este libro de Saer el prólogo es lo que debe ser, un texto, algo que habla por lo que no puede hablar (def-ghi) y no algo que habla además de los que habla. Y en esencia, como malicia Deleuze también, ese que allí habla, ese def-ghi siempre es el testigo único de un crimen cuyo conjuro está en sus manos, como quien permite que un alma deje de vagar.
Estas cosas del paratexto las sabían, por supuesto, Borges (es conocida su predilección por los prólogos de Shaw, a los que tenía como "auténticos" ensayos, por sobre sus dramas) y Octavio Paz (que le dijo a alguien que no le gustaba x, un autor afamado, sino el autor que le gustaba a x).
El índice, también entendido como uno de los tantos paratextos, puede ser la piedra angular de este término de paratexto tan débil y sobre todo en el sentido que lo refiere Pierce y García Márquez en Cien años de soledad (cuando todos pierden la memoria y deben poner carteles para saber qué cosa era para qué).

Es sabido que el lector amateur, el amante de la lectura o lector eterno, prefiere las citas al pie más que las galopeadas citas al final y se indigna con el editor anónimo y cía cuando nota que su deseo no ha sido satisfecho. Otras veces el lector amante es bipolar y se enoja con las citas al pie (de página) porque cree que ellas lo están acusando de no saber de qué habla el texto. Este es el caso de la Divina Comedia de Dante. 
En las Soledades de Góngora las notas al pie se transforman en transcripciones en prosa de Dámaso Alonso. Siendo Soledades una lectura a traspié, Alonso pone traspiés en la lectura ya accidentada.




Biblo





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