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Fragmento de El más hermoso







Es como el asunto de la blasfemia; la blasfemia no se sostiene porque no es perdurable el estado aquel que suaviza todo objeto evocador de dolor. Por eso el blasfemo teme ser castigado cuando se arrepiente de haber hecho eso, blasfemar, y cree que, inclusive, su desprotección y temor es producto de un acto condenable: haber blasfemado. Pero la verdad, la pura verdad es que ya no es un blasfemo; pues esto no es algo que se es aún cuando ya se ha dejado de blasfemar ¿Y el arrepentido? A partir de que un hombre se arrepiente, justo después de asumir su culpa, se transforma en un impostor ante los demás; asumir la culpa sólo tiene valor para quien quiere hallar un culpable pero no para quien se adjudica la culpa; por ende este debe hacer de modo que esa culpa no lo fustigue y hará todo por eso y nunca quién asumió una culpa hizo otra cosa.
Este es el castigo más importante del culpable, decía Juvenal: nunca ser absuelto en el tribunal de su propia conciencia; está bien que haya culpables aunque se crea que no lo son realmente ¿Pero que quiere esto decir? Que el culpable es el límite a una búsqueda que de otro modo no terminaría. La culpa no es una fabricación; es sólo la fatal forma de dar curso a lo que debe ser.











El más hermoso (fragmento), ed. El Zombie de Flanders





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