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Mementos resígnicos — Palamedes




vía Myth stories





De todos los pícaros griegos, ligados al ciclo troyano, Palamedes era uno destacado.
En medio de la sustanciosa epopeya occidental —y de la mitología griega previa—, a la que no nos podemos referir sin pronunciar el nombre de Homero, entre los héroes protorománticos, ya despuntan los personajes que por ingeniosos, cultos, y además escépticos, son cómicos.
De los cinco tópicos que la Wikipedia enumera gobiernan el argumento de la Ilíada, estos hombres harían una jerarquía entre aquéllos. Para esos hombres, el nostos, es decir el regreso después de la guerra sería el más importante: traducible como vendrán tiempos mejores porque hubo peores, no porque los hubo mejores: haré lo posible por estar allí. Esta misma idea ya figura en las baladas inglesas. La guerra es inevitable y entonces respetan, aunque no aprueben, el destino. La guerra, como un desarreglo producido por la ira, es también respetada. Tal vez el kleos, gloria obtenida en combate, que tan ligado está a Aquiles, es la más tonta razón a la que entregarse.
Desprendida de esta, pero sí respetable, está la timê, el honor del hombre, su nombre, o como se suele decir "esa fama que —siempre— precede". Esa especie de buena inversión todavía actual que es el yo. 

La procedencia de Palamedes es Argos. Como los bien instruidos, que destacan técnicamente, fue discípulo de Quirón, el centauro que era médico, pero más que médico, renacentista.
En su diccionario clásico, Pierre Grimal dice que no se sabe qué cosa "iba a provocar su ruina", proposición que se explica por el tono ya en desuso del que requiere el destacado libro.
"Su ruina" —la de Palamedes— nace con un paso de comedia de humor negro, y ligado a su nunca tan bien definidamente par Odiseo. Éste se adelanta a Palamedes en comprender la imbecilidad de la guerra y, como quien se quiebra un brazo para no hacer el servicio militar, se finge loco y siembra sal en vez de granos. Aquí es cuando Palamedes pone la timê por sobre el nostos y, en la versión más preferible y cómicamente negra, coloca al pequeño Telémaco, hijo de Odiseo, en la ruta de su arado. Odiseo detiene la marcha y revela así su simulación. Pierre Grimal escribe: "Odiseo nunca se lo perdonó". Cuando ya ambos pícaros están en la vorágine de la guerra, en Troya, Odiseo falsifica una carta (que obliga a escribir a un troyano) y pone oro (sobornando a un aqueo) en su tienda con los que "se hacía evidente" que Príamo, rey de Troya, "pagaba" la traición de Palamedes a los griegos. Estos no perdonan a Palamedes y muere lapidado por ellos. 
Según Grimal, su muerte, es el tipo de muerte injusta; casi que dice, Grimal, aunque no lo dice —se presiente— "es el tipo de muerte innecesaria", una herejía. En realidad es posible que el agujero dejado por la tradición en torno a este hecho haga creer tan insólita esa venganza. Indigna del mismo Odiseo. De alguna manera, se deja entender que Odiseo, siendo quien era él por todo lo que de él se desprende, nunca hubiera tomado esa resolución. 

Muchas son las tretas de Odiseo, pero ninguna mejor destacar ahora que aquella en la que, cuando desembarca en Troya, no pisa la arena, subiéndose a su escudo. Había hecho esto porque se sabía que el primero en pisar Troya sería el primero en morir, ecuación bastante evidente (y suerte que le correspondió a Protesilao). Como un surfista, Odiseo se burla del genio de la botella de la tradición de cuentos populares, que son todos genios malos porque sustentan sus beneficios, incluso cuando son advertencias, en una imprecisión nominal.
Odiseo es el primero que pisa y no pisa Troya. Los dioses, hechos de lenguaje (al menos hasta aquí), como el genio de la botella, como la Esfinge Tebana, dominan más poder que los mortales pero no saben de qué está hecho ese poder. 










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