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Mementos resígnicos — Lenguaje II








Cuando se habla de lenguaje parece hablarse de la materia de que estamos hechos. Por ejemplo Borges se preguntaba si recordar no es ya modificar el recuerdo. Mucha gente que ha leído algo, al pronunciar "la materia de la que estamos hechos", recordará seguramente a Shakespeare que dijo que esa materia es la de los sueños. Incluso muchos que conozcan a Borges sabrán que esa referencia a Shakespeare era muy sensible para él y Borges la repite como Shakespeare, sobre la marcha, como quien dice "tomá, agarrá esto" y luego se va. 
Si se quiere tocar al lenguaje, el lenguaje no se deja tocar so pena de que se inscriban en él instrumentos y procedimientos, como dice Albano y cía, que no parecieron, en un principio, estar allí. Así, la noción misma de tocar supone una rigidez, una inmodificabilidad de lo tocado, como la impresión que da tocar una pared. Esta idea es la de que la pared quedará allí después de ser tocada. Pero el que la pared permanezca allí no prueba nada de su inmodificabilidad.
Por ello cualquier definición condiciona los hechos semióticos mismos del lenguaje, como sugiere Albano.
La sentencia lacaniana "el inconsciente está estructurado como lenguaje" supone ver una estructura semiótica que se corresponde entre el lenguaje y el llamado inconsciente. Sucede que el inconsciente, como lenguaje no se deja tocar sin inscribírsele en él su descripción.
Albano cuenta que los lingüistas han elegido llamar al lenguaje "conjunto significante" debido a su naturaleza polisémica. Pero la palabra polisemia es bastante ingenua y sólo se vuelve clara cuando se observa qué hace la poesía en el lector; básicamente: lo vuelve un delirante benigno. El lenguaje nunca lleva a alguna parte que no sea decir otra cosa sobre él. (Sobre de arriba, no de mismidad). Su polisemia es una idea falseadora según la cual se puede ver en todas direcciones. En el plano de los caracteres, en el plano de la morfología, en el plano de la sintaxis, etc. Es una idea falsa de virtualidad según la cual el lenguaje es una suerte de constelación. Pero sin embargo el hombre no entiende ninguna polisemia propia del lenguaje sino que elabora a partir de él una polisemia personal. El hombre comprende la pluralidad de entidades que puede emitir a partir del uso del lenguaje pero sólo lo hace elaborando una cadena significante que le permite deslizarse de una entidad a otra donde cada significante es como una perla cargada eléctricamente que le permite llegar a la otra. Esa cadena significante no es más que una cadena tonal o rítmica, un fenómeno mnemotécnico que explica porque un individuo puede hablar siete horas seguidas sobre cualquier supuesto "tema". Sin esa cadena rítmica, que es la misma que explica la ejecución musical larga, a la manera concertística, no hay exposición posible. 
La "polisemia" que constituye el lenguaje no se reduce a lo que se entiende por semántica, como si esta fuera una parte del lenguaje. Todo es semántica. Incluso el lenguaje menos polisémico.

Al referir un dato histórico como el de que existen lenguajes naturales y lenguajes artificiales, la cuestión tampoco es menos oscura. A las estructuras semióticas de los primeros se les llama inmanentes y el sujeto es en relación al lenguaje natural un usuario y un "paciente". El segundo caso, el de los lenguajes artificiales, supone un sujeto activo y alguno de los ejemplos que se mencionan Albano, Rosenberg y Levit son el lenguaje de programación, el Morse, la notación musical, etc. Pero el problema que surge es si estos lenguajes no son más inmanentes que los mismos naturales y que corrigen la imprecisión de los primeros.

La diferencia entre lenguaje y metalenguaje también resulta problemática y actualmente ha llegado a su agonía. La noción de metalenguaje lleva implícito un abordaje del lenguaje con reminiscencias místicas, como si refloreciera en él una presencia trasmundana. Una cosa que está detrás pero que siempre permanecerá detrás, lo que no tiene caso. Por ejemplo, y se ha demostrado, la lógica aplicada al lenguaje que aparece con las gramáticas latinas o mejor aún con la sofística, no lleva a ninguna parte del lenguaje sino a usar el lenguaje para refinarlo y aplicarlo a sistemas materiales. El primer uso material suponible en la historia que aparece a las claras es usar a los demás individuos como suerte de robots o si se quiere, comenderos, como enseñaban los sofistas la disuasión o el convencimiento, reducibles ambos dos a "haz o no haz esto" y este reducible simplemente a "haz esto".
Así, el lenguaje no tiene metalenguaje sino analogías y las analogías también son de carácter rítmico, incluso este carácter rítmico es el que permite la llamada semiosis, significación, o simplemente a secas: saber de qué se está hablando.
Aquí se ve clara la noción de charlatanería o incluso en el uso circunscrito a lo escolar lo que se llama "guitarrear". Eso es, esencialmente, seguir ese ritmo que no está sino ya en la memoria del sujeto. 
No es en desmedro del conferencista decir que es un guitarrero acreditado, con palabras a lo Martín Fierro.









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