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Mementos resígnicos — Escritura




vía GWS 485





En El grado cero de la escritura, de Roland Barthes hay un esbozo particular de "escritura". Barthes entiende tres realidades formales del escritor: la lengua (que es una naturaleza), el estilo (otra naturaleza y que se corresponde con la mitología personal) y la escritura (el lugar de elección, el único de las tres). La escritura es una función, une la creación con la sociedad. Barthes hace esa diferenciación muy evidentemente influenciado por Sartre. Sin embargo, más allá de su acierto en su variación, el lenguaje sigue siendo, como lo simbólico que lo constituye, una intención más allá de sí, como un signo total y por ello también una función; aquí Barthes se acerca a otras intuiciones suyas en las que entiende el relato como el lenguaje y por tanto el relato como una larga y desplegada frase. Lo que se dice entre esas tres realidades del escritor, entonces, es un carácter funcional graduado que va disminuyendo su operatividad conforme al orden dado: el lenguaje resulta casi menos incambiable que el estilo y éste menos que la escritura.
En la noción de la escritura, se ha de insistir, hay lo mejor de Sartre (su antítesis famosa sobre la libertad: "estamos condenados a ser libres"; condena primero, libertad después; ni más ni menos que otra construcción formal que pulveriza opuestos binarios con operatividad semántica). La noción de escritura, así en Barthes, como en Derrida incluso, es un figura de la retórica y una figura del pensamiento oriental que Barthes define bien como "coincidencia de los actos y los fines" y cuya otra acepción puede ser la de "conciencia". También Deleuze —y ni que hablar Borges—, dice parecido: Deleuze, por ej., cuando refiere que la literatura ya no es un asunto literario cuando es muy lograda; es esta misma idea de que la escritura trasciende (aunque poco lo logra) sus límites como escritura. 

Pero lo más interesante es este rango sucesivo y unitario que tiene el lenguaje, este rasgo total del lenguaje y todavía operante, su totalitarismo. El lenguaje, a diferencia del cuerpo biológico, sigue siendo presente. Es una sucesión aparente que mejor se llama diferencia o la différance —y esa diferencia es aparente sobre todo porque bajo su apariencia se facilita la operatividad—. Si algo hay fácil de observar en el lenguaje como vacío son los morfemas (las letras del alfabeto) pero es preciso que se vean los lexemas también como vacíos, lo cual es la empresa actual del hombre. 
Lo que interesa es esta noción de "instrumentalidad" del lenguaje (forma al servicio del fondo en el siglo clásico francés) puesto que entonces dicha instrumentalidad ahora sigue aunque su paradigma sea la forma. Los formalistas rusos, justamente va la redundancia, entienden la literaturnost, es decir lo que hace que la literatura sea literatura, para tomar cuenta de lo frágil que es y cómo participa de lo social, porque la literatura siempre ha hecho mucho pero en dosis muy pocas. Una revolución literaria ha perdido frente a las revoluciones tecnológicas ya que estas nos han disparado a un mundo del que ni la memoria puede dar cuenta. Bajo esta perspectiva se echa de ver que los géneros así separados de las ciencias humanas —literatura, filosofía, poesía— se estrechan más y se reúnen en un concepto más general como el de creación.
En cuanto a la "escritura literaria" no está de más decir que Borges pensó lo que Barthes, en varias oportunidades, una de ellas cuando hablara de Güiraldes: el problema que veía en este, en Don Segundo Sombra particularmente, era el artificio de la obra (básicamente: una literatura sin voz se trataba de manifestar en una escritura que no se correspondía con aquella voz). Barthes dice lo mismo, porque habla de una sintaxis de una literatura clásica con interpolación de formas populares, giros vulgares, etc. Esto se acabaría con Mallarmé, predilecto de Barthes, quien como Borges, desbloquea el carácter enciclopédico de las palabras y esa es la crisis que produce a la palabra.
Luego de él, Barthes ve la asunción del grado cero de la escritura, una escritura neutra inaugurada por Camus. Se sugiere que va en el modo indicativo del verbo (periodístico) y que es "amodal".
La idea de negar la literatura, la filosofía, etc. proclamando su muerte, está bien: lo mejor aquí es la figura del agotamiento; lo que importa aquí no es el sentimentalismo de negar un género o una forma discursiva querida sino haber podido pronunciarse de un modo antes imposible. Algo ha muerto y no se sabe cómo nombrarlo, es decir no se ha muerto, ha llegado a dar lo que podía dar. Sobre lo que se entiende por estilo va lo mismo. Lo ideal es carecer de estilo si el estilo es forma de hacer literatura o ideal es tenerlo si nadie lo tiene. Es un juego de palabras y Deleuze, por ejemplo, juega con él. También resulta increíble que la noción de honestidad se involucre aquí (tener o no tener estilo es ser honesto): cada vez la noción de honestidad se acerca a la nietzscheana de espíritu libre. Pero no hay honestidad: existe el sistema inmunológico. 
A su vez, tras las nociones de responsabilidad y compromiso —deslindadas entre sí después de Sartre— se esconde la de progreso, cuyo único sentido es teleológico, e impracticable.








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